Eel próximo 3 de agosto, en la Clásica de Donostia, Markel Irizar pondrá fin a su trayectoria de dieciséis años como ciclista profesional, marcada por su capacidad para superar los grandes obstáculos que se encontró en su juventud. En su entrevista con 7K Irizar, que se ha ganado en la carretera el sobrenombre de Bizipoz, repasa su vida y su carrera, difíciles de separar, y destaca el apoyo de su pareja, Alaitz Pérez de Arenaza.
¿Cuál es su primer recuerdo con una bicicleta?
Es una con tres piñones, con un culotte de Zahor y con mi aita siguiéndome por la carretera de Udana. Él era muy amigo de la familia Egaña, dueña de la empresa Zahor, que tenía un equipo profesional en Oñati. Iba con mi padre a las carreras y estaba cerca del equipo, y ahí me entró el gusanillo. Empecé en el Lizarralde Kirolak cadete, luego pasé por Ulma, Ulma Cegasa y Olarra. Mikel Lizarralde fue profesional con Orbea y luego puso la tienda en Oñati; me ha ayudado mucho y en su tienda he arreglado siempre la bici. Fue el sponsor de mi primer equipo y ahora que mi cafetería Bizipoz patrocina la escuela de ciclismo, Lizarralde estará con nosotros en el maillot.
Conoció el ciclismo junto a su padre, cuya pérdida tuvo que superar con 18 años.
Sí. Teníamos una agencia de seguros y de viajes, y mi padre tenía mucho don de gentes y nos iba muy bien. Pero la situación se torció, porque apenas estaba en la oficina, todo el día de cenas o comidas. Tenía problemas con el alcohol y decidió quitarse la vida. Me lo encontré yo, había saltado del balcón y me tocó lidiar con todo: llamar a la Ertzaintza, a la familia... Siempre digo que llegué al cáncer entrenado, porque la pérdida del aita fue dura, pero más convivir con todo ese proceso. Era todavía un adolescente y tuve una época complicada, aunque mi tío Txus me ayudó un montón, porque, al ser hijo único, no tenía con quién desahogarme. Muchos días después de cenar iba a casa de mi amama en bici y me desahogaba con él, que es solo un año mayor que yo. Es hermano de mi madre, pero para mí es mi hermano. Aprendí mucho de ese proceso y no le guardo ningún rencor a mi padre. Cada día que pasa su la figura es más grande para mí. Me emociono, pero lo que soy, cómo soy, se lo debo a él, que me enseñó las cosas más importantes en esta vida. Me ha faltado él, pero me dejó los valores y los principios y los he intentado llevar a muerte. Mi padre decía que los amigos y la familia son un tesoro y que hay que cuidarlos y yo he intentado hacerlo, ser consecuente y coherente, porque creo que mi padre lo era. No sé si lo he conseguido, pero he intentado asemejarme a él.
Le ha dado la vuelta, como si fuera un favor que quiso hacerles.
Si hubiésemos seguido así no sé si habríamos sido capaces de tirar para adelante y ser felices. Pensó: ‘Si sigo así, no voy a ser capaz de hacerles feliz ni ser feliz yo, y me quito de en medio’. Creo que lo hizo como una muestra de cariño, de amor; valoró más mi vida y la de la madre que la suya y, por eso, tengo su figura endiosada. Hizo cosas mal, pero si después de 21 años lo recuerdo y me emociono al hablar de él es señal de que como padre fue muy bueno.
¿Pase lo que pase es importante positivizar todo?
Está claro. Fui a cenar con mi mujer Alaitz, cuando nos estábamos conociendo de novios. Le conté lo que había vivido con mi padre y Alaitz me dijo que, cuando tenía 4 años, el GAL mató al suyo (Xabier Perez de Arenaza, el 23 de marzo de 1984) en una gasolinera en Biarritz. Nos juntamos dos hijos únicos, con dos madres viudas, con una mochila llena de manera dramática y trágica. He aprendido mucho de Alaitz; decidimos que le íbamos a dar la vuelta y disfrutar del momento, de la vida. Nuestros hijos saben desde pequeños el tema del suicido, del alcohol, de la violencia... Son conscientes de cómo murió el aitona Xabi, les hemos inculcado que no hay que odiar, que se deben respetar ideologías diversas y que esta sociedad tiene que aprender de los errores del pasado para que las generaciones futuras no tengan que sufrir lo que sufrimos nosotros y nuestros padres. Por esa razón, la canción preferida de Alaitz y mía es “Zapalduen olerkia” (Ken Zazpi, 2005). El sufrimiento, las muertes y los dramas no entienden de clases sociales, ni de partidos. Son dramas y sufrimiento. Es justo reconocer todo tipo de sufrimiento y que todas las víctimas tengan el mismo reconocimiento. Yo, que lo he vivido de cerca, he comprobado que a nivel institucional no ha sido así.
Superado el golpe que sufrió por la pérdida de su padre, en 2001 destaca y es seleccionado para los Mundiales sub'23, pero viene otro...
Anduve muy bien y Miguel Madariaga me dijo que iba a pasar a profesionales. Todo se torció en setiembre de 2002 cuando, en la Vuelta al Goierri, me detectaron un bulto. Al principio no lo ponían tan mal, pero luego las cosas mal dadas vinieron poco a poco. Primero que iba a perder el testículo porque tenían que analizarlo. Te dicen que es maligno, pero que te vas a librar de la quimio. Luego que no. Cuando me hicieron una ecografía en Beasain no sabía ni a quién llamar. Telefoneé a Mikel Astarloza, que estaba en la Vuelta, y me desahogué con él. El viaje desde Beasain a Oñati se me hizo eterno. Fui solo porque me dijo el urólogo que no tenía mala pinta, pero me llevé un shock y vine reventado. A Alaitz le plantée que si quería dejarlo, yo lo entendería. Después de su historia, no quería que si yo ‘cascaba’ fuera la ‘viuda de’ y ‘la hija de’... Me dijo que si perdíamos o ganábamos lo haríamos juntos, que íbamos a estar a muerte. Y así ha sido. Miguel, por su parte, me hizo la promesa de que, si era capaz de demostrar que tenía el nivel suficiente, me iba a pasar a profesionales. Acabé el 1 de febrero de 2003 mi última sesión de quimioterapia. En mayo me pilló un coche, pero a finales empecé a correr y el 3 de junio, coincidiendo con las bodas de plata de mis padres, gané el campeonato de Gipuzkoa de crono. Hasta final de año anduve muy bien y Miguel cumplió su promesa.
Y en 2005, otro susto.
En mi primera Vuelta, en un control antidoping de sangre, vieron algo anormal. Me mandaron a casa y vieron que tenía un tumor cerca de la aorta, por lo que tuvieron que abrir del estómago hasta abajo. Era benigno y libré bien, pero fue un susto fuerte.
Hay que destacar que antes del cáncer ya iba a ser profesional porque…
Soy consciente de que mucha gente puede pensar que pasé por eso y sé, al 100%, que no habría ido al Radio Shack si no hubiera tenido cáncer, pero no me da vergüenza. La historia ha sido así y lo mejor es aceptarla como ha venido. Alguno pensará que pasé por misericordia y lo respeto, y mucha gente pensará que la enfermedad me ha podido ayudar. El tiempo me ha curtido y me ha hecho aprender a vivir con lo que me ha tocado.
Pero para ser profesional durante dieciséis años nadie te regala nada.
Una vez que he estado en el extranjero en Trek, con sus diferentes sponsors he encontrado mi hueco. Había un nicho de gente para trabajar en el llano. He intentado empatizar y pensar si yo fuera líder cómo me gustaría que me cuidaran. He intentado dar lo mejor por mi líder y mi equipo, y he tenido la suerte de coincidir con Fabian Cancellara, que me metió en su grupo y me permitió estar en muy buenas carreras y durar muchos años. No obstante, mi fuerte ha estado fuera de la carretera. He intentado tener al equipo unido, mantener la motivación y que la gente se evadiera de la carrera hablando de otras cosas; tener ambiente en la mesa, hacer vestuario. Siempre he pensado que podría aportar más ahí que en carrera, aunque he podido ayudar y los líderes lo han valorado. Cada uno tiene sus virtudes y sus defectos, y yo he aprovechado las mías.
¿Con qué se queda de toda su carrera?
Con el Tour de Flandes de 2013. Era un momento complicado. Leopard y Radio Shack desaparecían y Trek nos dijo que asumía el equipo si brillábamos en las clásicas. Eso suponía salvar a 75 familias. El equipo estaba muy comprometido, con Fabian como mejor capitán. Hizo podio en San Remo y ganó Strade Bianche, Harelbeke, Flandes y Roubaix. En Flandes nos jugábamos todo y ese día sabíamos que él había salvado el equipo. Nunca he vivido una victoria así, fue muy especial.
De las 21 grandes, seis Tours, diez Vueltas y cinco Giros, solo ha abandonado dos.
En la Vuelta de 2005 por el tumor y en la de 2016 perdí el conocimiento por una caída, me rompí los dientes y me llevaron al hospital. El resto las he acabado porque las circunstancias me han hecho duro psicológicamente. Me caí en un Tour, me pegué un buen porrazo. Le dijo Alaitz a mis hijos que me había caído y el mayor respondió: ‘Tranquila, el aita es duro y saldrá mañana’. Me gusta que mis hijos tengan ese concepto de mí… Nunca me ha importado ir detrás, pero las carreras hay que acabarlas. En una Dauphiné me caí en la neutralizada, me abrí la barbilla, me pusieron una gasa, hice toda la etapa de montaña echando sangre y me dieron los puntos en el autobús. No me gusta bajarme ni ver las carreras desde el autobús.
Así llegó a meta en su última etapa en la Itzulia después de que la organización le diera por retirado.
El fuera de control lo tenía controlado y entramos dentro, aunque nos dieron por descalificados y no sé por qué. La gente se quería ir para casa y animé a unos cuantos para ir hasta meta, y me dio pena que el jurado cometiera ese error porque hicieron un montón de kilómetros conmigo para acabar, cuando lo más fácil era bajarse. Cuando anunciaron que me había retirado, Josu Larrazabal, mi preparador, dijo que era raro y pensó que algo me habría pasado. Le dije: ‘Ya sabes que muy muerto tengo que estar para no acabar’. Tiré para adelante, aunque estaba reventado por la caída que había tenido.
Ganó una Vuelta con Horner en 2013.
Pero la más bonita fue la de 2017, la última de Contador; fue muy especial. Este último Giro también lo ha sido por la necesidad de resultados, de disfrutar en carrera y de ser protagonistas. Por eso y porque era el último, lo he disfrutado especialmente.
¿Qué destacaría de los líderes que ha tenido?
En Euskaltel me marcó mucho Roberto Laiseka. En la primera cena en Euskaltel se sentó al lado mío y me dijo: ‘Chaval, te voy a dar tres consejos. Uno es no quejarte nunca’. En Trek dicen que es la primera regla de Markel, no quejarse; allá donde te digan que vayas, no te quejes nunca. El segundo consejo que me dió es ser bueno en algo: ‘Si no vas a ser sprinter, escalador y, si no, llevando bidones’, me dijo. He intentado ser buen gregario, animar al equipo y hacer de capitán. Y el tercero: ‘No malgastar el dinero en coches y comprarte un piso. Si cuando dejes la bici o hagas diez años de profesional tienes un piso pagado es porque las otras dos reglas las has cumplido bien’. Las cumplí a rajatabla. Según pasé enseguida me compré un piso, antes de los diez años lo pagué; supongo que será que lo he hecho bien.
Luego tuve a Lance Armstrong. Cuando tuvo cáncer, le mandé una carta y me respondió. Cuando yo estuve enfermo, mediante Clara, una amiga mía que falleció de cáncer después y que se lo comentó a Kepa Zelaia, médico del equipo, y él a Lance, me mandó una carta en Navidades de su puño y letra dándome ánimos y diciendo que me iba a curar. En la primera carrera que coincidimos me llamó al autobús y en su último Tour me mandó una hoja de su libro de ruta firmada y dedicada. Siempre estuvo muy atento a cómo iba todo y vivió de cerca mi proceso. Me hubiese gustado que su historia hubiera acabado de otra manera o que ciertas cosas no hubiesen sucedido. Conmigo se portó muy bien y le debo muchísimo.
A Andy Schleck le cogí en horas bajas, pero fue el que más me ha marcado por lo humano y lo cercano que era, por lo grande que le quedaba todo esto. No acabó de la mejor manera, pero era muy buen chaval, con unos valores impresionantes.
Fabian Cancellara ha sido el capo, mi capitán. Mi mejor época como ciclista ha sido junto a él; me dejó ser parte del sueño de ser un corredor euskaldun brillando en el pavés, ser partícipe de un equipo que gana Flandes y Roubaix. Este año en la última etapa del Giro me llamó y me dijo que la disfrutara.
Alberto Contador me ha marcado por la confianza en sí mismo que nunca había visto antes en nadie. Y era muy detallista. Después de cada etapa me tocaba la puerta de la habitación antes del masaje para darme las gracias. La primera vez que lo hizo fue en Andalucía y me chocó, luego me acostumbré a cómo agradecía a sus compañeros.
¿Y de los directores y managers?
Pasé con Julián Gorospe y Miguel Madariaga, y esos dos primeros años disfruté y aprendí un montón. Teníamos un grupo de gente súper. Luego entró Igor González de Galdeano. Vino con otra filosofía, otra forma de trabajar y no me supe o no pude amoldarme y pasé cuatro años complicados. Llegué a dejar de ser yo, no era el Bizipoz. Fue una época difícil a nivel personal. En 2009 se me presentó la posibilidad de ir a Radio Shack y no me lo pensé. Mucha gente decía que me iba por dinero, pero me fui ganando menos que en Euskaltel. Lo hacía para recuperarme como persona antes que como deportista. Estaba anulado, la autoestima la tenía baja.
No culpo a nadie, las circunstancias fueron así. Aunque me duela decirlo, dejar el equipo de casa fue la mejor decisión que he tomado a nivel deportivo. He tenido la suerte de coincidir con tres managers que se han portado muy bien conmigo: Miguel Madariaga, Johan Bruyneel, que por medio de Kepa Zelaia me dio la oportunidad de ir a Radio Shack, y, sobre todo, Luca Guercilena, el que más ha confiado en mí. No es habitual hablar bien de los jefes, pero he tenido tres muy buenos y estoy muy agradecido. Estos dieciséis años no hubieran sido posibles si no fuera gracias a ellos.
Tuvo mucha repercusión la carta que publicaron tras la decisión de González de Galdeano de dar la baja a Velasco y Txurruka para fichar extranjeros.
Yo estaba en el hospital porque había nacido mi hijo Unai, cuando los firmantes de la carta se pusieron en contacto conmigo. Decidimos publicarla ante la injusticia de darles la baja a Amets Txurruka e Iván Velasco después de decirles que les iban a renovar. Los de dentro, por miedo, no pudieron hacer nada y lo hicimos los que estábamos fuera. Mucha gente nos criticó, porque no éramos los más indicados al haber dejado el equipo, pero no lo hicimos por nosotros, sino por solidaridad. Además éramos socios de la Fundación y teníamos algún derecho de dar nuestra opinión. Nos dieron palos, pero creo que el equipo no actuó bien. En el caso de Iván había una relación personal y Amets además era un icono en el ciclismo euskaldun. Muchos aficionados no lo entendieron y, además, demostró su nivel al lograr victorias con Caja Rural.
Las cosas no se hicieron bien y creo que discrepar no es ninguna falta de respeto. La dirección deportiva no fue buena. Igor no acertó, tampoco por las marcas que se dejaron de lado, como Etxeondo, que apostó por el equipo desde el principio. Fueron cosas que fueron minando el proyecto, como traer corredores de fuera. Decían que los de aquí nos habíamos ido, pero ¿por qué se marchó la gente a ganar menos dinero o por un año cuando Euskaltel ofrecía dos? Ahora que han pasado muchos años se podía hablar...
Fue un desastre perder lo que fue Euskaltel.
Sí, pero soy optimista, creo que todavía hay tiempo de recuperarlo. Y en caso de que salga hacia adelante será en gran parte por Mikel Landa, por su compromiso para que algo que estaba a punto de morir vuelva a resurgir. Mikel es el único corredor que ha pasado por todas las categorías de la Fundación. Desearía que el ciclismo euskaldun tuviese un equipo Top y que las generaciones venideras tengan las mismas opciones que he tenido yo u otros muchos ciclistas.
¿Cómo ve el futuro con Euskadi Murias y la Fundación Euskadi? ¿Es partidario de la fusión?
No estoy muy puesto para decir si una cosa es mejor que la otra, pero es complicado que haya sitio para dos equipos a nivel logístico, de marcas y corredores. Debe haber uno y supongo que bajo el paraguas de la Fundación, por la trayectoria y la historia y porque tiene el equipo continental, trabajan la base...
¿Siente que ha dejado huella como persona, al margen de como ciclista?
A partir del 3 de agosto, lo que he hecho como ciclista es historia y, si alguien me valora más como persona, es que he dejado un poso. Como ciclista puedes ser mejor o peor, pero lo que seas como persona es mucho más importante. Tengo en casa a otros Bizipoz, a mis hijos. El pequeño es un artista; tiene ese don de sacarte una sonrisa en el peor momento. Yo también intento ser Bizipoz, porque donde voy intento dar un poco de buen rollo, de energía positiva, dejar un buen poso. A mí me han abierto las puertas por mi padre y si algún día a alguno, sabiendo que son hijos de Markel Irizar, les dicen que su padre era una buena persona, que me echó un cable, será más importante que decir que gané veinte monumentos.
Habla una y otra vez de sus hijos. ¿Temieron no poder tener hijos?
Eso me comía por dentro. Me dijeron que era muy complicado, que nos pusiéramos jóvenes a ello porque las posibilidades no eran muy altas. Y con 26 años nació Xabat y afortunadamente no tuvimos que recurrir a ningún tratamiento, porque sería volver a abrir heridas, ir a hospitales... Siendo dos hijos únicos, ser padres era muy importante para nosotros. Mi suegra decía que ya adoptaríamos, pero yo tenía complejo de no haber tenido un hermano y quería disfrutar de todo el proceso: el embarazo, el parto, verlos nacer... Tenía obsesión por tener hijos y, como mínimo, queríamos tres. Creo que nos vamos a plantar, pero si hubiera venido un cuarto no me hubiera importado, más ahora que voy a estar más tiempo en casa, aunque Unai va a hacer 7 años y ya es demasiado tarde.
Ser padre es lo más bonito que me ha pasado. Ha abierto muchas cosas que he vivido con el aita, porque cuando les dices lo mismo a tus hijos hace que él esté más presente. En mi casa tengo escritas tres normas: ‘Familia honetan ez da anai arteko lixkar, haserre eta errespetu faltarik onartuko’; ‘Pertsona baten ezaugarri garrantzitsuenak errespetua eta edukazioa dira’; ‘Familia eta lagunak altxor bat dira. Zaindu ditzagun’. [En esta familia no se aceptan peleas, enfados y faltas de respeto. Las características más importantes de una persona son el respeto y la educación. La familia y las amistades son un tesoro. Cuidemóslas]. Esta última es del aita. Cuando se portan mal les digo que las lean.
Y luego mi filosofía es que siempre hay que estar al lado del débil. En cualquier movida, me gusta proteger al más desfavorecido, echar un capote. Si tuviésemos todos esa mentalidad de ayudar al que lo necesita, este mundo sería mejor.
Usted es un ejemplo por su forma de ser y de superar lo que ha vivido, ahora que muchos se hunden por cualquier cosa.
No me considero un ejemplo, simplemente he tenido el entorno perfecto para hacer frente a las pruebas que me ha puesto la vida. He hablado con naturalidad de todo lo que he vivido. ¿Tener un cáncer y no decirlo? Si se te va a caer el pelo. No he tenido ningún problema en hablar de todo. En esta sociedad parece que solo hay que enseñar lo bueno y que cuando tienes un problema no existe. No he tenido problema para compartir los buenos y los malos momentos. La cuestión es cómo los afrontas. La gente me dice: ‘Hi gogorra haiz’. Respondo: ‘Gogorra egin naiz’. Genéticamente no soy duro, me he hecho duro por las circunstancias. Tengo muchos defectos, pero he vivido con el entorno perfecto.
Ha sido embajador de Euskal Herria en el mundo.
Me han dado palos por ello. Soy consciente de que pasé a profesionales por Euskaltel Euskadi, una empresa que era semipública y con las instituciones involucradas. Y gracias a un montón de socios. Y antes fueron Ulma y Cegasa, una empresa local con Juan Zelaia, amigo de mi aita, que metió un montón de dinero. Siempre he sentido la obligación de pregonar de dónde somos y, si estuviese en mi mano, hacer de embajador. Cuando he corrido con la ikurriña me han dado caña, pero ahora la gente ha entendido que nunca he ido en contra de nadie.
Soy parte de esos millones de personas que podemos hablar el idioma más viejo del mundo, lo que para mí es un privilegio. He intentado explicar de dónde somos; por eso, mis compañeros de equipo saben si un irrintzi es bueno o no y Theuns decía que, cuando yo no esté, los va a echar él. Es casi tradición. Es bonito que cada uno esté orgulloso de donde viene, de quién es. Los euskaldunes, con nuestras virtudes y defectos, somos parte de esa pequeña tribu de vascones que han aguantando carros y carretas y han sido capaces de seguir con un idioma, con una forma de ser. Estamos divididos en tres administraciones, tenemos un montón de problemas, pero ojalá nuestros hijos pasen su mensaje como nosotros y que el euskara, lo que nos hace euskaldunes, siga durante muchos años.
El otro día vi un par de extranjeros parados mirando un mapa en un coche, iba en bici y me di la vuelta para ayudarlos. Eso es dar una buena imagen de Euskal Herria, empatizando, porque a mí, si estoy en su situación, me gustaría que me ayudaran. A mí también me han ayudado un montón, si no, no hubiese cumplido dieciséis años de profesional.
¿Cómo vive su despedida en la Clásica de Donostia?
Sé que es complicado. Han cambiado el recorrido y tendré que apretar para aguantar en las subidas. Me he preparado a fondo para hacerlo bien y, cuando esté en Igeldo, disfrutar con la afición. Para eso decidimos que fuera en Donostia delante de mi gente y, después de la clásica, con mis compañeros vendremos a Oñati, colgaremos la bici, cenaremos y haremos una fiesta. Quiero que, en vez que ser un homenaje a mí, sea un homenaje a la gente que me ha ayudado. Hablé con Luca y si he seguido un año más es por tener la oportunidad de retirarme en Donostia. En su día le dije a Haimar en el Tour que lo perfecto era despedirse en Donostia; no hay mejor marco.
La afición me ha querido más de lo que merezco. Se ha portado muy bien y estoy muy agradecido. Muchas veces lo he dicho: me han querido como si fuera de los buenos sin serlo. Por eso, despedirme en casa con mi gente es bonito.
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