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sábado, 24 de febrero de 2018

Tres familias guipuzcoanas con hijos transexuales relatan su pelea por una normalidad vital desde Oñati, Eskoriatza y Arrasate.

D.V.

«Con lo que te quiero, ¿qué más me da que seas chico o chica?»

Ethan ha vuelto a sonreir desde que aceptó que era un chico y empezó su tránsito. /F. Morquecho
Ethan ha vuelto a sonreir desde que aceptó que era un chico y empezó su tránsito. / F. MORQUECHO

Tres familias guipuzcoanas con hijos transexuales relatan su pelea por una normalidad vital desde Oñati, Eskoriatza y Arrasate, dispuestas a superar cualquier muro de dolor añadido



ANA VOZMEDIANO
Nunca fue un niño feliz. Su madre, Lourdes, sabía que pasaba algo, que pese a sus sobresalientes las cosas no iban bien. No solo porque no le gustara el fútbol ni los juegos ‘de machotes’ como les ocurre a tantos chavales, sino porque había algo más profundo, porque cuando más contento estaba era cuando su hermana mayor, Lur, le pintaba la cara en Carnavales. La preocupación de Lourdes era tal que hace algo más de un año, mientras conducía, la confesión de Yuri con aquel «ama, soy trans» supuso un alivio para ella. Se abría una puerta.
«Pensé que ahora que sabía lo que pasaba, por fin podría ayudarla. Ella no sale de casa y si tiene algún amigo no es de nuestro pueblo, de Oñati, sino de Arrasate. Yo tampoco salgo salvo para ir a trabajar para no dejarla sola». La joven oñatiarra, en una carta que ha escrito en estas páginas, cuenta que se sintió como «un títere» y, sobre todo, incide en que no sabe qué más puede hacer «para que se me acepte como soy».
La muerte de Ekai ha dejado rota a Yuri, que escogió este nombre japonés que significa ‘ente de luz’ y que se pone de forma indistinta a chicas y chicos. Ambos, –Ekai y Yuri– aunque no se conocían, habían quedado en la Convención de Ánime, la variante audiovisual del Manga que va a celebrarse este fin de semana en el BEC. Ekai nunca acudirá a la cita.
Lourdes habla con naturalidad de sus dos hijas, se ha acostumbrado a llamarlas así y asume la situación porque su único objetivo es que las dos sean felices sea cual sea su identidad sexual. Está preocupada, para empezar porque esa estudiante brillante que siempre fue Yuri dejó los estudios sin que sepa la razón. No pudo ponerse bloqueadores porque, con 16 años, ya era mayor para ello, pero ha realizado su tránsito con el tratamiento de la agencia pública Trànsit en Cataluña y en este momento se está hormonando con la colaboración de su médica de cabecera, «que es una mujer comprensiva y maravillosa». Otra cosa es la cara que ponen en la farmacia cada vez que va a por la medicación, 400 euros cada quince días.
«Me lo digo a mí misma y se lo digo a Yuri. Y a Lur. Este es un proceso largo, lento y doloroso. Nos preguntan por qué los psiquiatras nos parecen un obstáculo a las familias, pero es que a nuestros hijos les tratan como jóvenes con locura transitoria y esto les hace mucho daño. Esto es no es una enfermedad mental, es una cuestión de diversidad sexual. Mi hija tiene derecho a ser ella misma y lo que necesita es un endocrino».
O compartir experiencias con otros. En Chrysallis, la asociación que agrupa a familias de menores transexuales, se había creado un pequeño grupo de cinco adolescentes. Tras el suicidio de Ekai, esa misma noche, se apuntaron once más.

Las cuatrocientas preguntas

La decisión de Ekai de acabar con su vida ha convulsionado a Yuri, pero también a otros chicos y chicas y a sus familias. Javi y Lourdes son los padres de Ethan, un chaval de Arrasate de 16 años que empezó su tránsito hace algo más de doce meses. Los tres acudieron a Ondarroa para expresar su dolor y solidaridad a la familia de Ekai, los tres quieren que su recuerdo encabece cualquier declaración que hagan y se muestran agradecidos a la actitud y el cariño de los padres del adolescente muerto, a Ana y a Elaxar.
«Fueron ellos los que nos dieron fuerza a nosotros, los que nos dijeron que no cejarían a la hora de reclamar los derechos de estas personas. Nos dieron una lección», dicen. A Lourdes se le saltan las lágrimas. «Hemos llorado mucho».
Ethan eligió su nuevo nombre porque le llamó la atención por su sonoridad. Era metódico y disciplinado desde la infancia, poco dado a la sonrisa y a la conversación, nada amigo de salir a la calle y sí de encerrarse en su casa. A oscuras en su cuarto. Eso sí, cuando tocaba salida, se maquillaba mucho y se ponía «muy femenina». «Es que pensaba que, tal vez, si hacía eso, podría sentirme por fin como una chica... Pero un día me dije a mí mismo que iba a ser que no, que aquello no funcionaba. Tenía que aceptar que era un chico».
Sus padres estaban preocupados. Javi y Lourdes hablaban muchas veces sobre lo que ocurría y solo querían verle sonreír tranquilo. «Pensamos que podía ser homosexual, pero allí había algo más profundo que nosotros no sabíamos cómo interpretar».
La madre le hizo una pregunta que Ethan escabulló, pero en plenas vacaciones y en la mesa de la cocina les dijo que era trans, vamos, que el rimmel y el colorete eran más bien una careta y que se sentía como un chico. «Ellos lo entendieron», dice el chaval. «¡Es que fue como una liberación, ponerle nombre a lo que le pasaba, pensar que podríamos ayudarle a que su vida cambiara!» dice Javi. «Qué más nos da que seas tío o tía?», se rebela Lourdes que, como su marido, reconoce que a la vez que se les quitó un peso de encima, la cabeza empezó a girar rápida. Sabían que se les venía encima todo un reto. Más aún cuando Ethan dejó el colegio por las vacaciones como chica y volvió como chico. Su tránsito había empezado. Habría obstáculos y miradas.
Y eso que no se imaginaban los test de 400 preguntas por las que tuvo que pasar su chaval, algunas como «¿crees que te pueden envenenar una mañana cualquiera? ¿Piensas que te persiguen por la calle?». Encoge los hombros. Tampoco olvida que el psiquiatra diría a Ethan eso de «no te olvides de que nunca serás un hombre, lo que se dice un hombre de fábrica». O que después de la peregrinación entre especialistas en salud mental la cita para el endocrino, la primera consulta, no será hasta el próximo mes de junio.
«Me vine abajo en cuanto lo supe. ¿Seis meses de espera? Es mucho tiempo a mi edad. Se me cayó el mundo encima. Tengo 16 años y quiero ser yo mismo de verdad, necesito la ayuda médica». Porque el apoyo de su entorno más inmediato lo tiene. Su hermano pequeño Ibai, solo dijo un «vale» más que tranquilo al saber la noticia y jamás le llama con su nombre anterior ni por error. Mantiene los amigos de siempre, aunque ya no compartan colegio y se ha vuelto un «callejero» en palabras de su madre. «No es que haya empezado a salir, ¡es que no entra en casa!»Ethan sonríe misterioso. Cada sonrisa provoca otra aún más amplia de Javi y Lourdes.
Es verdad que en el pueblo le miran, sobre todo los adolescentes, pero también que su padre le observa una y otra vez e insiste en lo de «¿sabes lo qué es verle así de contento, de cambiado?» Él cree que cada día tiene que demostrar que es un chico de verdad, un varón según los estereotipos más tradicionales, para que los demás entiendan que no es un capricho. Además, ha empezado el tratamiento con Trànsit, la entidad catalana que está siendo la tabla de salvación para muchos de estos adolescentes ante la dilación en los plazos de la sanidad vasca que acaban con su paciencia y fomentan una posible fragilidad.

Una actriz de Hollywood

A Shaila, de Eskoriatza, tampoco le gustaron las preguntas del psiquiatra de Cruces. Sobre todo porque le resultaban extrañas y ni siquiera entendía muy bien por qué se las hacían. Ella, con sus diez años, es una cría alegre que no soportaba la ropa de chico, que soñaba con volar y con las alas de hadas y que consiguió iniciar el tránsito a una edad muy temprana, apenas cuatro años. Sus padres, ahora separados, lo tuvieron claro.
No sabe qué le ocurrió a Ekai, pero escucha a su madre hablar de tardanza en la atención médica y pone cara de circunstancias. «¡Qué pasada!» dice. Aparta su melena larga constantemente y ríe coqueta cuando le dicen que se parece a su madre, a Montse.
Lo tiene claro: de mayor va a ser actriz «de las de Hollywood» y tiene ya managers entre sus amigas. Shaila será la principal, porque para eso escogió su nombre para ponérselo ella. Le encanta jugar al fútbol «aunque cuando era pequeña lo dejó porque no le gustaban nada los mensajes machistas que escuchaba». Le encanta ir de tiendas, patinar sobre hielo y está impaciente por ir a esquiar.
Su cambio fue radical porque empezó un verano después de que su madre rapara la cabeza a su hermano Josu y a él, todavía con pelo corto porque cogieron piojos. «A partir de entonces todo cambió, se dejó crecer el pelo, le encanta como a todas las niñas. Antes de las fotos se ha pasado la plancha».
Ríe y sonríe tanto que, tal y como piensa su madre, el tratamiento precoz para conseguir su identidad sexual funciona como un escudo protector ante cualquier tipo de discriminación o depresión de la cría. En su ikastola de Eskoriatza todos le aceptan sin problemas, hace multikirola, inglés, es inquieta y escucha atenta a su madre que reclama mayor atención para los adolescentes transexuales.
«Hemos tenido mucha suerte, ha empezado su tránsito desde pequeña y el tiempo no corre en su contra como les pasa a los adolescentes, a quienes están ya inmersos en su desarrollo físico. Para ellos un año es demasiado tiempo porque el tiempo corre en su contra».
Lo cuenta Yuri en la carta que ha escrito para este reportaje y para la sociedad que la aisla. Lo dice también Ethan, cansado de decepciones. Primero es necesario ser consciente de lo que ocurre, después hacerlo más o menos público y más tarde buscar ayuda para el tránsito, para saber qué tratamientos médicos se necesitan. El proceso es largo, pero el tiempo que pasa entre cita y cita médica lo prolongan. A veces cunde la desesperación.

Chrysallis

En estos casos acudieron a Chrysallis, salvo Montse y Shaila, que ahora pertenecen al colectivo aunque en su momento no estaba creado. En estos momentos hay sesenta familias asociadas en la entidad que proceden de la Comunidad Autónoma Vasca y Navarra. Su responsable, Bea Sever, no quiere aventurarse a decir cuántas personas pueden estar en esta situación, pero sí sabe que hay más gente que sus asociados.
«Hay adultos que lo están pasando muy mal por la dilación de los tiempos, porque en estos momentos el proceso de alarga, recurren a otros servicios públicos y luego se encuentran que los psiquiatras les miran mal». Existe la convicción de que la legislación se ha quedado anticuada y se mira en Trànsit de Cataluña o en Transdie de Navarra, donde la transexualidad no se considera una patología psiquiátrica y se trata con endocrinos que regulan el desarrollo.
Confían en que los actuales protocolos cambien y que Cruces, el centro de referencia, no dependa de la Unidad de Género de Psiquiatría sino de los servicios de endocrinología y con tratamientos individualizados. Creen que los partidos están dispuestos a hacer modificaciones, pero sus afiliados, sobre todo los adolescentes que acaban de enfrentarse a que su cuerpo no les ayuda esperan impacientes. «El día que estuvimos en el Parlamento Vasco encontramos apoyo verbal de mucha gente, pero ahora hace falta ver cuándo se van a poner a ello. Fue antes del suicidio de Ekai», dice Bea.

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