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Cien años de misas a 1.000 metros de altura
La ermita de Urbia. El 28 de septiembre 'la catedral de los pastores', construida gracias a una colecta popular promovida por el franciscano Adrián Lizarralde, celebrará un siglo.
La «catedral de los pastores» celebrará pronto su centenario. A finales de verano, concretamente el 28 de septiembre, la ermita de Urbia cumplirá un siglo, y antes, el 31 de julio, festividad de San Ignacio, también abrirá sus puertas. Algo excepcional este año, y es que la necesidad de hacer un uso más eficiente de los recursos de Arantzazu, la cada vez menor afluencia de fieles, y el menguante número de sacerdotes y religiosos, así como la avanzada edad de algunos, han puesto fin a la antaño popular misa dominical a más de 1.000 metros de altura.
La sociedad actual no tiene nada que ver con la de hace unas décadas. Cada vez son menos los que practican la religión y van a misa, y si los fieles escasean a pie de calle, el panorama se complica en la montaña. Así que este verano la ermita solo abrirá sus puertas el día de San Ignacio y el de su 100 cumpleaños. Antes había oficios religiosos desde el primer domingo de mayo a Todos los Santos, luego se recortó la temporada a julio y agosto, y ahora a fechas señaladas.
Y como cumplir un siglo lo es, distintos agentes quieren organizar algo especial para el 28 de septiembre que cae en sábado. Recordar aquella víspera de San Miguel de 1924 en la que Bizkaia, Araba y Gipuzkoa se volcaron con la inauguración del pequeño templo construido gracias a una colecta popular promovida por el franciscano Adrián Lizarralde. Quería dar servicio a los sufridos pastores, la mayoría de profundas convicciones religiosas, que tenían que caminar durante horas para cumplir con el precepto dominical en Arantzazu. Movió cielo y tierra para que tuvieran su ermita y lo consiguió.
La elección de la fecha de la inauguración no fue casual. La Federación Vasco Navarra de alpinismo la agendó porque era el único domingo en el que Ferrocarriles Vascongados podía fletar un tren especial. Además que hubiera luna llena favorecía a los caminantes nocturnos.
Según las crónicas de la época, un tren atiborrado de mendigoizales bilbaínos, partió de Atxuri a las tres de la madrugada y al amanecer ya entonaban el alirón por Oñati. El Heraldo Alavés, publicó la reseña del acontecimiento en primera plana. Por ella sabemos que en Arantzazu se contaron ese día una treintena de autobuses y más de un centenar de turismos.
La procesión partió a las 8 de la mañana con la imagen de la virgen que se iba a entronizar en andas, precedida por los dantzaris y txistularis de Segura y escoltada por cuatro miqueletes. Unas 2.000 personas formaron la comitiva en la que figuraban los diputados provinciales. Una hora antes habían salido a pie hacia Urbia el prelado de Pamplona y los alcaldes de Segura y Oñati, así como otras personalidades. La procesión llegó a las campas a la diez y fue recibida por Monseñor Mugika y la comunidad de Arantzazu.
Tras consagrar la ermita y oficiar una solemne misa al aire libre, se bailó un aurresku que concluyó en una biribilketa en la que formaron cuerda diputados alaveses y guipuzcoanos, alcaldes y presidentes de clubes deportivos. Acto seguido tuvo lugar la bendición de la primera piedra de la fonda, así como la inauguración del teléfono público. El almuerzo oficial por invitación de la Parzonería y servido al aire libre se compuso de entremeses variados, revuelto de huevos, merluza con vinagreta, pollos en pepitoria y jamón en dulce con huevos hiladis. De postre: rellenos de Bergara, queso de Urbia y frutas.
Los txistularis de Segura amenizaron la sobremesa hasta que dieron comienzo los espectáculos: aizkolaris, pelea de carneros, carrera de caballos, bailes y bertsolaris.
Espíritu popular
El encargado de redactar el proyecto de la ermita y dirigir la obra fue el arquitecto azpeitiarra Marcelo Guilabert. El contratista Enrique Uriarte con su capataz Demetrio Goitia y una laboriosa cuadrilla, fueron los encargados de ejecutar la obra en un tiempo récord. Santos Echeverria, por aquel entonces alcalde de Oñati, actuó de tesorero y la corporación que presidía, encabezó la suscripción popular con 1.000 pesetas. Además de la citada aportación oficial, los oñatiarras ofrendaron otras 2.340, siendo el pueblo que más contribuyó. El Ayuntamiento legazpiarra aportó 500 pesetas y sus vecinos 455, Zegama, 250 pesetas el Ayuntamiento y 721 el vecindario, y en Mutiloa se recogieron 83 pesetas.
No faltaron donaciones de artistas. El pintor eibarrés Ignacio Zuloaga regaló un óleo de la Dolorosa, que hubo que ponerse a buen recaudo de ladrones y humedades en el Santuario de Arantzazu. Y el imaginero zumaiarra Julio de Beobide, talló en madera la imagen que se venera. El abogado donostiarra José de Urreztieta, donó a su vez toda la madera necesaria para realizar la techumbre, el industrial legazpiarra Ubaldo Segura las tejas, Unión Cerrajera de Mondragón los herrajes y cerraduras, y Patricio Echeverria, la campana que voltea en la sencilla espadaña. La Parzonería cedió los terrenos y autorizó la utilización de la piedra del lugar para la coqueta y pronto centenaria ermita.
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