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domingo, 30 de julio de 2017

Festividad de San Ignacio.

La 'catedral' de los pastores se viste mañana de fiesta como antaño

Ermita de altura. El nonagenario templo se abre al culto los domingos de julio a septiembre.
Ermita de altura. El nonagenario templo se abre al culto los domingos de julio a septiembre. / MARIAN

El coqueto templo inaugurado en 1924 celebrará el oficio más multitudinario del año, con motivo de la festividad de San Ignacio

MARIAN GONZALEZ OÑATI.


Situada a más de 1.000 metros de altura y bajo la cima más elevada de Euskadi: el Aizkorri, la 'catedral de los pastores' hace cada 31 de julio un viaje en el tiempo. La fiesta de San Ignacio que se celebrará mañana en las campas de Urbia suele llenar la coqueta ermita como antaño. Es la misa más multitudinaria de 'la temporada de altura', una cita (11.30 horas) que algunos marcan en rojo en el calendario y que el franciscano Román Azkue, con cita dominical en Urbia todo el verano (de julio a septiembre) preparará con esmero. Es el día grande de las campas y de la pronto centenaria ermita de montaña.
La sociedad de hoy en día no tiene nada que ver con la de hace apenas medio siglo. Cada vez son menos los que practican la religión y van a misa, y si los fieles escasean a pie de calle, el panorama no es mejor en las alturas, pese al bucólico paisaje, así que hace dos años se decidió limitar las misas a los meses de más afluencia, que son los de verano, por preservar la tradición.
La necesidad de hacer un uso más eficiente de los recursos de Aran-tzazu, la cada vez menor afluencia de fieles, y el menguante número de sacerdotes y religiosos, así como la avanzada edad de algunos, modificó un calendario que antes arrancaba el primer domingo de mayo y finalizada el Día de Todos los Santos. Hoy en día era inasumible ese esfuerzo, y por eso algunos incondicionales agradecen que los franciscanos sigan preservando la tradición los meses de verano, y vivirán la jornada de mañana con especial emoción.
Y es que no hay que olvidar que ermita fue construida gracias a las 35.844 pesetas reunidas en una colecta popular. Fue precisamente un franciscano, Adrián Lizarralade, quien impulsó la obra en los años 20 del siglo pasado para dar un servicio a los sufridos pastores, la mayoría de ellos de profundas convicciones religiosas, que tenían que caminar durante horas para cumplir con el precepto dominical en Arantzazu. Lizarralde movió cielo y tierra para que tuvieran su ermita en Urbia y lo consiguió.
Casi un siglo después, la vida de los pastores ya no es como la de antaño, y como ocurre en el resto de la sociedad, su fervor religioso tampoco, así que la temporada de misas se limitó al verano, para no perder la tradición. La de mañana suele ser la más popular por la secular ofrenda y petición a San Ignacio en nombre de los pastores y montañeros de la zona.

Inaugurada en 1924

El pequeño templo se inauguró un 28 de septiembre de 1924, por ser «el único domingo en el que la dirección de Ferrocarriles Vascongados podía fletar un tren especial. Además la circunstancia de que ese día hubiera luna llena favorecía a los caminantes nocturnos».
Según las crónicas de la época, un tren especial atiborrado de mendigoizales bilbaínos, partió de Atxuri a las tres de la madrugada y al amanecer ya entonaban el alirón por Oñati. El Heraldo Alavés, publicó la reseña del acontecimiento en primera plana. Por ella nos enteramos que acudieron varios autocares de montañeros vitorianos que hicieron sonar sus despertadores a horas intempestivas. En Arantzazu se contaron ese día una treintena de autobuses y más de un centenar de turismos.
La procesión partió a las 8 de la mañana, con la imagen de la virgen que se iba a entronizar en andas, precedida por los dantzaris y txistularis de Segura y escoltada por cuatro miqueletes. Por los duros repechos unas 2.000 personas formaron la comitiva en la que figuraban los diputados provinciales de Gipuzkoa, Araba y Bizkaia. Una hora antes habían salido a pie hacia Urbia el prelado de Pamplona y los alcaldes de Segura y Oñati, así como otras personalidades.
Las crónicas hablan de que la procesión llegó a las campas a las diez, y fue recibida por Monseñor Mugika y la comunidad de Arantzazu. Tras consagrar la ermita y oficiar una solemne misa al aire libre, se bailó un aurresku, que concluyó en una biribilketa en la que formaron cuerda diputados, alcaldes y presidentes de clubes deportivos.
Acto seguido tuvo lugar la bendición de la primera piedra de la fonda, así como la inauguración del teléfono público. El almuerzo oficial por invitación de la Parzonería y servido al aire libre se compuso de entremeses variados, revuelto de huevos, merluza con vinagreta, pollos en pepitoria y jamón en dulce con huevos hiladis. De postre: rellenos de Bergara, queso de Urbia y frutas. Los txistularis de Segura amenizaron la sobremesa hasta que dieron comienzo los espectáculos: aizkolaris, pelea de carneros, carrera de caballos, bailes y bertsolaris. Una fiesta, que con similar guión, menos pompa y un ambiente más popular , suele repetirse cada 31 de julio, festividad de San Ignacio en las campas de Urbia.
La Corporación oñatiarra, presidida por aquel entonces, por el alcalde Santos Echeverria, encabezó la suscripción popular con 1.000 pesetas. Además los oñatiarras ofrendaron otras 2.340, siendo el pueblo que más contribuyó en la construcción de la ermita. El Ayuntamiento legazpiarra aportó 500 pesetas y sus vecinos 455, Zegama 250 pesetas el Ayuntamiento y 721 el vecindario, y en Mutiloa se recogieron 83 pesetas.
No faltaron tampoco donaciones de artistas. El pintor eibarrés Ignacio Zuloaga regaló un óleo de la Dolorosa avalado con su firma, que hubo que ponerse a buen recaudo de ladrones y humedades, por lo que actualmente cuelga en el Santuario de Arantzazu. Y el imaginero zumaiarra Julio de Beobide, talló en madera la única imagen que se venera en la catedral de los pastores. El abogado donostiarra José de Urreztieta, donó a su vez toda la madera necesaria para realizar la techumbre, el industrial legazpiarra Ubaldo Segura las tejas, Unión Cerrajera de Mondragón los herrajes y cerraduras, y Patricio Echeverria, la campana que voltea en la sencilla espadaña.
La Parzonería cedió los terrenos y autorizó la utilización de la piedra del lugar. El transporte de cemento y de otros materiales, se efectuó en carros tirados por parejas de bueyes y, en ocasiones a lomos de caballos. Fue tal el ajetreo que al final del estío, ya estaba erigida la sencilla iglesia: piedra y vigas de madera presididas por un altar rústico sobre el que tiene su escabel la Andra Mari de las campas de Urbia, que mañama se viste de fiesta.

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